Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

lunes, 31 de diciembre de 2012

Alma

Entró en el bar y se desplomó en la primera silla. Estaba yendo a encontrarse con Alma por última vez y necesitaba beber algo fuerte. El mozo se acercó y le pidió un whisky doble y un café, doble también.
Se preguntaba, después de veinte años, quien era Alma realmente. Cuando la conoció él había llegado recién del interior, no tenía donde vivir y ella le ofreció su departamento diminuto y alegre que tenía un balcón desde donde se podía ver la plaza de Talcahuano y Córdoba.
Alma lo ayudó a escaparse sin pagar del hotel donde estaba viviendo, él no tenía trabajo y estaba arruinado. Ella lo ayudó a establecerse sin pedir nada a cambio. En esa época, Alma trabajaba como promotora de ventas para un laboratorio de cosméticos, había vuelto de Europa hacía seis meses, donde vivió cinco años. Era culta y refinada, con un práctico criterio de realidad que él no tenía. Sabía cómo organizarse y sobrevivir en aquella vorágine llamada Buenos Aires. Hablaba poco de sí misma. Aunque él estaba convencido que ella era un caso de personalidad múltiple, bipolaridad o esquizofrenia, ¿Por qué no?, la psiquiatría ofrecía una serie de diagnósticos que su mente, simple y generosa, apenas conseguía enunciar.
Él no era Alma, bondadoso de corazón abierto, sabía ganar amigos donde quiera que fuese. Alma tenía aristas y tal vez un pasado difícil. Cuando la conoció estaba sola, con una familia especial que sólo la llamaba para pedirle dinero. A él no le importó ni el pasado ni la familia de ella. Bien podía ser escritora, bailarina ó vendedora ambulante en una línea de colectivos, que a él no lo hubiera importado. Sólo tomaba de ella su espíritu aventurero que lo embarcaba y lo sacaba de las situaciones más locas, absurdas y peligrosas que pudiesen vivir. Como aquel día en que estaban bailando en el restaurante griego y un par de borrachos se pusieron pesados pasando de la danza alegre a la pelea agresiva. En ese momento Alma pasó de la soleada Acrópolis a una discusión callejera en el West Side Story, lo defendió y lo cubrió hasta llegar a la salida del lugar donde tuvieron que correr hasta quedar sin aliento.
¿Quién era Alma?
Una vez llegó a casa y la encontró con los ojos enrojecidos, la miró queriendo preguntarle que había sucedido. Ella respondió - Me acordé de esa frase…No nos une el amor sino el espanto-. Sin decir más, se levantó y comenzó a ordenar la casa.
En este último tiempo viajaba por trabajo. Era representante de un laboratorio de productos naturales de San Pedro, en la provincia de Buenos Aires. Permanecía allá tres o cuatro días de la semana. Él no le hacía preguntas, dejó de tener esa costumbre. Sólo le interesaba que ella llegase y lo encausara en la rutina como una madre que mece la cuna adormeciendo a su hijo.
¿Qué sentía Alma?
Difícil de saber. Permanecía distante y callada la mayor parte del tiempo que estaban juntos. A veces la sorprendía manteniendo un diálogo con un interlocutor imaginario. Después de todo, ¿Quién no tiene un amigo invisible al que le confiesa sus secretos?
¿Qué sucedió con Alma?
Miró el reloj, eran las cinco de la tarde, tenía que apresurarse. Pagó y salió del bar. Comenzó a caminar por Córdoba derecho hasta Junín. Tenía que caminar sólo cuatro cuadras pero hubiera querido que fuesen más. Sintió que su vida se hundía en cada paso que daba. Una sucesión de recuerdos aparecieron en su mente como un film sin editar. Era tarde, no sabía cómo volver atrás, ahora debía enfrentar los hechos.
Encuentro con Alma
Atravesó el patio de la Morgue Judicial. En la recepción se identificó: soy Felipe Antonelli y vengo por Alma Vázquez.
El guardia levantó el intercomunicador, lo anunció y dijo – Pase señor, el inspector lo espera en la sala. Otro guardia lo acompañó hasta la puerta donde había una placa que decía Jorge A. Benítez –Inspector.
Benítez lo recibió de pie, al costado del escritorio, estrechó su mano y rápidamente agregó: -Por favor, tome asiento, necesito hacerle unas preguntas, ¿quiere un café? Él asintió con la cabeza.
Benítez inició el diálogo – ¿Usted conocía un tal Julio Aznar?
-No, por qué, ¿tendría que conocerlo?
El inspector lo observó perplejo y respondió – No siempre sabemos todo de todos, a veces llegamos a convivir con alguien, y un día, de la noche a la mañana nos despertamos y descubrimos que pasamos años con un desconocida ó desconocida.
Felipe impaciente replicó – ¿Adonde quiere llegar, que me quiere decir? Yo estoy aquí por mi mujer, que según me informaron, sufrió un asalto, se resistió y fue muerta por el ladrón.
-Ella fue muerta sí, lo del ladrón… tendré que aclararle… Ante todo quiero decirle que esto no será fácil para usted – Benítez continuó – Según relato de Aznar, que confesó, él y su mujer se conocieron hace más de veinte años, cuando ella era bailarina y él estaba de paso en Buenos Aires participando de una exposición de fotografía. Se enamoraron, él permaneció un tiempo viviendo aquí. Luego volvió a España. Se comunicaban esporádicamente, hasta que ella viajó para instalarse en Europa. Vivieron juntos cerca de cinco años. Un día, de la noche a la mañana, ella se fue, lo dejó. Él no supo por qué. Hace tres años volvieron a encontrarse, alquilaron una casa en San Pedro, provincia de Buenos Aires. Su mujer permanecía allí tres o cuatro días de la semana. Aznar le pidió que viviese con él. Parece que ella no quiso. La relación comenzó a estar tirante entre ellos, discusiones, escenas, etc. Ella comenzó a distanciarse. Él sintió que volvía a dejarlo. No lo soportó… y el resto de la historia ya la sabe.
Cuando el inspector concluyó el relato, él estaba pasmado, con las manos heladas como si el muerto fuese él. Alcanzó a balbucear si podía verla. Benítez llamó a un guardia para que lo acompañara.
Al salir de la sala, vio, detrás de una puerta de vidrio, a un hombre de alrededor de cincuenta años, cabello grisáceo y con las manos esposadas. Lo miró fijo y en su mirada había desesperación, abatimiento y una pregunta… ¿Quién era Alma?… 
 
Nora Ibarra, nacida en Buenos Aires, vive en Brasil desde hace doce. Psicopedagoga, trabaja como profesora de español. Actualmente escribe, además de cuentos y poesía, una novela sobre su experiencia en Brasil. Podéis encontrarla en facebook y en su bitácora.

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