Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

miércoles, 11 de junio de 2014

Selección poética de Pedro Ortuño




El último pitido

Vale… Terminó el partido,
gozaste de dar patadas,
sonó el último pitido,
no hay excusas, yo he perdido.
Ganaste por goleada.
Te quedaste con los hijos,
con el coche y con la casa,
con los muebles, el campito,
con el gato y el perrito
y el bungalow de la playa.
Y para mayor castigo
pediste que me alejaran
del entorno de los niños
cual si fuera un asesino
sin escrúpulos ni entrañas.

Vale…Se acabó la historia
¿Sabes cuál fue mi pecado?
Quererte como un idiota,
esa fue mi gran derrota,
ya no me importa contarlo.
Yo me he quedado en la inopia,
abatido y condenado.
Tú, ahora vives en la gloria
recreando en la memoria
tus calumnias del pasado.
Que una gigantesca ola
de engaños y malos tratos
se adueñó de nuestra alcoba
desde la noche de bodas
y arrasó todo a su paso.

Vale… Sabes que no es cierto.
Que te quise con locura,
que por ti bebí los vientos,
que llegué hasta el sufrimiento
y perdí hasta la cordura.
Si con el paso del tiempo
inicias otra andadura
de sol y enamoramiento
que te llene de contento,
de cariño y de ternura.
Ojalá que con talento,
más amor y menos dudas
no apuestes por el intento
de urdir el viejo argumento
del engaño y la ruptura.

Vale… Si en el andar del trayecto
se te eclipsara la luna
y te encontraras, de hecho
sin el refugio de un techo,
sin calor y sin fortuna,
abandonada a los golpes
de la mentira y la injuria,
acorralada en la noche
por amenazas feroces
de soledad y penuria
escucha lo que te digo:
acuérdate de este viejo
que un día fue joven contigo
pues por ti, cielo querido
me he de jugar el pellejo.




Triste atardecer

 
Mirar por la ventana me produce escalofríos. Está encapotado, creo que volverá a llover.
-¡Esta lluvia negruzca!  Cae lodo que se filtra por cada arruga del cuerpo y también del alma.
Presagios que oscurecen las sábanas  de mi cama helada.
Persistente rumor de agua sucia que resuena en mis oídos, igual que las palabras de mis cuidadores.
Creen que no me entero de nada, que se me ha secado el cerebro, que la inmovilidad y silencio son producto del maldito Alzheimer.
 Eso quiero que crean.
Que me dejen quieto, con tiempo para empapar mis sentidos con el recuerdo.

El sol salió tres veces: risa y llanto, tormenta y placidez, ilusión y dudas. Después se alejó para estrenar amaneceres.

Ella se hartó de la vigilia y tomó el sendero del sueño profundo.

Al final, donde ni el calor calienta respiro aire congelado, envuelto en un letargo difuso que apela al olvido definitivo.

Hasta esto es efímero.

Voy a prepararme, pronto anochecerá.




un reloj parado

 
Reloj sin tiempos, sin ansia ni temores.
No te atrae el pasado ni te preocupa el futuro.
Tus manecillas, agotadas, se aquietaron en un presente lejano, con la cadencia del momento que transcurría.

No te altera el avance inexorable e incoloro de las horas que se evaporan.
A mi sí.

No hay en ti melancolía de hechos ni lugares. Yo soy producto de todos ellos.
Tú no respiras inquietud por lo venidero, la suspendiste en un descanso sin sonrisas.

Un día cualquiera, yo también detendré mi marcha. Lo haré sin alharacas ni remordimiento y me enfrentaré al velo oscuro que cubre todas las dudas.


Pedro Ortuño Ibáñez

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