Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

jueves, 31 de marzo de 2016

Un velero bergantín...

Un velero bergantín como
el del viejo poema cruza
en la tarde la bahía. Las blancas
velas dicen quizá
que la vida aún espera.
En el mar o en los sueños,
en el amor que en silencio
navega. En la perdida
arena del recuerdo y las huellas
que dejaron labios y cuerpos
sobre ellas. La vida espera
en el agua y en la arena, como una vela blanca
el mar surca y quizá
dice que me amas.
Todo esto es un poema.,
o un sueño, o un recuerdo
o una imagen que en él trazo,
como este bello velero
en esta tarde, y el aire
en que navega, el amor
con que Dios al viento
impulsa, el amor
que yo tengo pero
que no encuentra barco
ni tampoco puerto.
Yo siento que te pierdo.
Con la tarde y este barco
navego en tu recuerdo.

Santiago Montobbio

lunes, 28 de marzo de 2016

El niño pastor



Érase una vez un niño que no sabía leer, ni tampoco escribir. Conocía, eso sí, las letras. Las veía cada tarde dispuestas en cualquier parte cuando el Sol se ponía y bajaba al pueblo con el rebaño. Las veía y como no sabía cómo se llamaban, decidió que daría a cada una el nombre que le pareciera más bello.
Las juntó luego. De esta manera. De la otra. Hasta formar con ellas un rebujón de palabras que parieron versos.
Y ahora déjame contarte un secreto… Pero, ¡chist! Que tiene que ser por lo bajito, que las leyendas son susurros y si las cuentas en alto las arrastra el viento.
Aquellos versos criaron unas piernas muy chicas.
Muy chicas.
No faltó, no, quien contemplase tal maravilla. Como tampoco lo hizo aquel que despertara una noche de madrugada, sobrecogido por el ruido de mil pasitos que saltaban de un cuaderno.

Lola García de Luna

domingo, 27 de marzo de 2016

Sobre el cielo imposible, de Santiago Montobbio (Reseña nº 765)

Santiago Montobbio
Sobre el cielo imposible
Los libros de la frontera, febrero 2016

Tetralogía, pocas veces se escucha esa palabra relacionada con la poesía, pero vosotros, desconocidos lectores de estos Acantilados de papel lo entenderéis enseguida cuando os recuerde que estamos ante la obra poética que surgió, unas tormentosas fechas creativas, en el año 2009, de la pluma de Santiago Montobbio, tras veinte años de silencio poético.

Y hoy estamos ante el cuarto libro,  el que cierra la tetralogía, que ha tardado cinco años en verse publicados aquellos 942 poemas de su cosecha creativa de los primeros meses del citado 2009 , sobre todo el mes de marzo.

Durante estos años os he ido comentando los tres primeros libros de la colección, y con el tercero os avancé que, una vez lo tuviese en mis manos, regresaría sobre los anteriores para leerlos todos y en el orden en que salieron de su puño y letra, en aquellos febriles días de marzo y primeros de abril (438 poemas) y en verano y otoño (otros 504), para alcanzar la cifra de 942.

Pero antes de adentrarme en la lectura completa y ordenada, ya que el autor nos ha facilitado el trabajo numerando los poemas conforme brotaban, fechándolos en los días en que los escribía, quiero también dejar constancia de la aparición del que cierra el ciclo, y en el cual no he visto esa sensación de cierre por parte del poeta, muy al contrario, y él mismo nos lo dice en el prólogo: "hay un deseo de abertura y de horizonte y no de cierre".

Por cierto, desconocido lector, te recomiendo detenerte en el prólogo del propio autor, que ya forma parte indivisible de esta teatralogía poética y tras la cual el poeta también se pregunta qué ocurrirá ahora, "¿a dónde iré que no tiemble?". 

Yo he encontrado poesía amiga, poemas que conocía -no los había leído hasta ahora-, pero que al leerlos sentía la cercanía del poeta, de su poesía, de sus palabras, que ya me habían acompañado durante semanas y meses en otros momentos de mi vida.

Para este lector ha sido todo un honor contar con la amistad del poeta, con su deferencia al hacerme llegar su poesía, y con el placer de leer tan enorme obra poética (personalmente me ha abierto nuevos horizontes creativos), una magna aportación a la Poesía, en mayúscula.

Francisco Javier Illán Vivas

miércoles, 23 de marzo de 2016

Poiesis



(I)
No entiendo a la poesía,
pero ella sí me entiende:
Arde en sus pupilas la comprensión
iluminando unos ojos muy pequeños,
en comparación con la gran masa
que se extiende sin límite alguno:
Su cuerpo
reblandecido por la melancolía del aire
y cincelado por la soledad del hombre;
desfigurado por horas incandescentes
en las interminables lenguas del fuego,
prestas a convertir el furor del magma
en dóciles y bien aventuradas palabras
que alivien la suerte del desventurado.


(II)
Los poemas vuelan con sus alas rotas;
vienen de la luz para morir en el barro,
como si quisieran abrazar al aire.
Y su dulce canción se desnuda
en el agua tibia de los ojos;
devuelven el brillo a la mirada
y la simiente a la tierra fértil.
Vuelven con su música antigua,
en copiosas lluvias tempranas
que caen por valles y montañas,
abriéndose paso como los besos.
Llevan la confusión del mar
al cuerpo desnudo en el espejo,
que todavía recuerda un rostro.


(III)
Se abren las flores entre los párpados,
cuando entra su luz en el corazón.
La ilusión del tiempo es en la mirada
la perfección; una mampara de agua.
Es la rosa olvidada la ilusión del poema.


(IV)
Veo estambres crepitando en la vela
que gotea hacia arriba
las pausas e intermitentes gemidos
de animales fosilizados en tejidos.
(Los electrones iluminan la fracción cuántica de luz,
irradiada por el iris del ojo retorcido en un poema).
Veo cómo se deslizan los nutrientes
a través de los intestinos,
y cómo la sangre irradia su luz a los órganos
que palpitan al unísono
cuando las manos descansan en mi vientre.
Siento en mi lengua la corriente de la saliva,
y cómo las palabras irradian su luz en mis ojos
cuando escribo este poema.


(V)
Queda un manto de alfileres;
un deslumbrante mosaico
en los charcos de la sangre.
Qué densidad tan fría
en los fluidos.
Cuánto pesa el cuerpo
soñado por el alma.


(VI)
Ya la aguja incandescente atravesó mi lengua.
Ahora supura el azufre por el tejido epitelial,
cuando los ojos alcanzan a ser los senos
pero la boca aún se nutre, en la necesidad.
En la carne clavó su aguijón la poesía;
ella no comprende límites.



Raúl Muñóz González