Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

jueves, 29 de junio de 2017

Selección poética de Irelfaustina Bermejo



(Reloj de candela, 2007)


12.-He dormido en el regazo
del hombre que amo
mientras la noche avanza.
En las ardientes llamas
 se consumen narcisos blancos.
Con el ritmo repetitivo de campanas
me despierta el almuédano
 aún antes que clareen
las crestas de las sierras.
Las primeras hojas otoñales
arrancadas de los chopos plateados
caen sobre el rocío de los nenúfares.
El bullicio del día se inicia
con los incipientes destellos de la luz.
El aire huele a manzana.
Los hombres cruzan
hacia los zocos y las mezquitas
 donde el Imán convoca
 a la oración de la mañana.


(Realidad recobrada, 2010)

3.- Descorro espesos cortinajes
que mantienen oscuro mi cuarto.
Doy entrada a la luz
cegadora que lacera mis ojos
heridos por el dolor.
Bajo el almidón de la sábana
abarco mundos inimaginables.
Asomo al mundo mi rostro
hasta acostumbrar la retina
a los destellos de luz
que vencen sombras,
agujeros negros
y materias oscuras.
Las dilatadas pupilas
contemplan la realidad.
Siento el impacto del albor
como una metralla perforadora.
Miro a mi alrededor, casi a ciegas.
Recobro el contacto con el mundo
despertando el alma aunque duela.


Poema inédito, del poemario “DE…”

Este maldito tiempo,
época baldía que pudre
 desde la raíz  sueños
y  esperanzas, transforma
en agonía los latidos
 de una descendencia sin su destino,
sujeta a ajenos albedríos,
al feudo que les amordaza.
La vida no tiene precio, no vale
 nada para quien cae al vacío.
Son islas, seres solitarios
que buscan la noche, por los rincones
intrincados donde vaciarse
la litrona para así  enajenarse
de los telediarios y vomitar
su dolor contenido y su odio.
Se abrazan a la muerte
saliéndose del curso
de la existencia, siendo
 sombras que conversan con los demonios,
atrapados en símbolos macabros…
Un tiempo detenido…sin futuro,
 con la semilla del diablo corriendo
entre lápidas negras
 dentro de un laberinto.
En el cielo están todas las estrellas.



lunes, 26 de junio de 2017

La bruja de la lana, de Maica Bermejo



La vida transcurre entre lanas y un viejo telar heredado de su madre. Desde sus primeros años aprendió a distinguir entre las abundantes madejas de distintos tonos que llegaban a la tienda, traídas de las tierras del altiplano, las que más se ajustaban a los deseos de su abuela, escogiendo según tamaño matiz o suavidad.
Más tarde cuando su abuela le pedía ayuda para devanarlas ella corría a su lado sonriendo, le gustaba extender sus brazos, meterlos dentro de las madejas y moverlos  balanceando su cuerpo de uno a otro lado dejándose mecer en una danza ancestral de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, para facilitar de esta manera la labor de su abuela que iba enrollando la lana en grandes ovillos mientras tarareaba alegres canciones.
Nunca se cansaba de aquel juego que las mantenía unidas como un mágico cordón umbilical.
Una vez separados por grosores iba depositando los ovillos en grandes cestos de mimbre para observar después con sus enormes ojos de color chocolate, cómo su abuela trenzaba las hebras con destreza hasta convertirlas en confortables prendas de vivos colores.
Así habían pasado los años y antes de darse cuenta, era ella la que sentada al telar escogía los ovillos de lana para tejer las pequeñas prendas destinadas a abastecer la demanda de los habitantes del pueblo, incluyendo a los niños de la vieja Casona situada frente a su puerta, al otro lado de la calle, que columpiaba sus brazos de sauce tras la verja del jardín.
Cada vez eran más los niños abandonados en la puerta del antiguo edificio, la escasez de alimentos y la penuria que atravesaba el país inducía a las buenas gentes a llevarles allí con el propósito de ofrecerles la oportunidad de conseguir una vida mejor en un lugar donde al menos el sustento y los cuidados básicos no les faltaran.
Guillermina trabajaba estos días sin parar, era imprescindible que terminara las  piezas necesarias para que, además de protegerles del viento del invierno, el día de Navidad, los pequeños de la Casona tuvieran cada uno de ellos su regalo especial.
De reojo veía pegadas al cristal de su escaparate las caritas de los niños observando con curiosidad cómo las madejas se iban transformando en hermosos gorritos, manoplas y bufandas mientras se frotaban las manos echándose el aliento en ellas para calentarlas un poco.
Ellos sabían que la bruja de la lana, así llamaban en el pueblo a Guillermina, tenía muy mal carácter y que no le gustaba que los niños se acercaran por su taller, aun así, remoloneaban por los alrededores con la secreta esperanza de poseer algún día una de aquellas ropas calentitas que les protegieran del frío helador.
Guillermina trabajaba en su telar mirando a los chiquillos sin que ellos se apercibieran,
Ya sabía ella que le bastaría con levantar los ojos para que desaparecieran de golpe, como una bandada de pajarillos asustados que emprende el vuelo.
También sabía que la llamaban bruja, su melena blanca, la nariz aguileña y la barbilla pronunciada la asemejaba a las ilustraciones de las brujas malvadas de los cuentos y cuando se enfadaba frunciendo el ceño con ojos maliciosos era el vivo retrato de la Bruja de las Nieves, protagonista del cuento que todos los niños del pueblo leían de generación en generación con una mezcla de atracción y miedo, uno de los cuentos que más les aterrorizaba que sin embargo y quizás por ese mismo motivo era uno de los más populares.
A Guillermina no le importaba en absoluto,  porque desde que toda su familia murió en aquel terrible accidente, le habían quedado pocas palabras para compartir con los demás.
Cuando le dieron la noticia y supo que ella era la única superviviente, se guardó como un tesoro cada conversación, cada risa, cada momento compartido, enfiló el camino del taller que transformó en vivienda y allí se quedó tejiendo lana y recuerdos, volcando todo su amor en las más dulces y confortables prendas que nadie hubiera usado jamás.
Los habitantes del pueblo sabían que en las semanas próximas a la Navidad no podían hacerle ningún encargo. Esos días estaban reservados.
Guillermina tejía sin descanso volcada sobre el telar. Una vez terminadas las prendas las iba apilando en montones sobre la mesa de madera, después las envolvía en papeles blancos de seda que ceñía con bandas irisadas.
Dependiendo de a quién iba dedicado el obsequio, de los años que tuviera y por supuesto diferenciando si la prenda era para un niño o una niña, la cinta era más ancha o estrecha, aterciopelada o dura, de tintes suaves o de brillantes tonos encendidos.
Todo ello requería de un gran esfuerzo y una gran concentración por su parte para no dejar sin regalo a ninguno de los pequeños habitantes de la Casona, ése era el motivo de que no quisiera atender en los días previos a las Fiestas ningún otro tipo de encargo. 
Fijándose un poco, llamaba la atención que los dibujos bordados en lana blanca y gruesa entrelazada con otras de vivos colores contaban la misma historia, una y otra vez, recreada de mil maneras distintas.
En estos dibujos se podía ver el hogar al que Guillermina había pertenecido durante años y que desapareció en una noche aciaga. Era su inconsciente el que manejaba el telar, su manera instintiva de permanecer en él junto a todos los que se habían ido.
Centrada como estaba en su trabajo no se dio cuenta de que Diego como cada día se había colado de puntillas y estaba detrás de uno de los cestos observando fijamente cada uno de los bordados.
Poco a poco se fue acercando a Guillermina. Ante sus ojos se desarrollaban las escenas que tanto le fascinaban, los niños cogidos de la mano, el bosque, los pájaros, la casita de madera y ladrillo con la chimenea humeante…
Diego soñaba con ser él uno de esos niños, en su imaginación se introducía en el bosque, caminaba bajo los árboles vestidos de blanco y llegaba por el sendero cubierto de nieve a la casa de tejas rojas, donde al abrir la puerta la abuelita que nunca había conocido le ofrecía una gran sonrisa precursora del abrazo que le oprimía hasta casi asfixiarle.
En ese punto Guillermina descubrió a Diego que se había acercado más que nunca sin darse cuenta, absorto como estaba en su ensoñación.
Mirándole de arriba abajo por encima de las gafas le preguntó con gesto enfadado.
—¿Se puede saber quién eres tú y qué haces aquí?
A Diego apenas si le salió un hilo de voz para contestar.
— Estoy viendo las historias.
Guillermina se quedó absolutamente perpleja.
—¿Qué historias, niño? ¿Qué tonterías estás diciendo? Aquí no hay ninguna historia, esto son jerséis y prendas de abrigo para el frío —Dijo mientras observaba al pequeño con suspicacia.
Diego no es alto ni bajo, tiene un cuerpecillo menudo delgado y fuerte acostumbrado a enfrentarse al viento, sortear arroyos y subir a los árboles para desde lo más alto mirar el horizonte que se extiende en rayas de colores hasta el infinito,  de su cara sobresalen los ojos despiertos e inquisitivos enmarcados por el flequillo que cae  rebelde sobre la frente
Guillermina nunca había sido consciente de que sus manos al entrelazar lanas contaban historias. Buscó extrañada lo que Diego le señalaba extendiendo el brazo hacia las prendas colgadas en la pared.
Al fijar la vista en ellas lo vio con claridad ¡Era cierto! Allí estaba narrada su historia, la historia de los tiempos felices.
Observó con detenimiento las ilustraciones y encontró en ellas a los niños jugando en un corro interminable, la casa con las ventanas de madera abiertas al sol desde dónde la madre les llamaba para la merienda y la vieja mecedora donde ella se sentaba para relatarles historias de duendes y princesas de príncipes y dragones y de niños que se perdían en el bosque para volver después de muchas aventuras al refugio de sus brazos.
Con una expresión soñadora buscó los bordados deteniéndose en cada uno , allí estaban, vivos, cogidos de su mano, dispuestos a escuchar de nuevo sus cuentos al amor de la lumbre, como cuando cada Navidad ellos la visitaban junto a sus padres.
Una lágrima se deslizó por sus mejillas, Diego se acercó y le acarició la cara con mucho cuidado y un poquitín de miedo.
—¿Por qué lloras? Tus dibujos son muy bonitos. Tienes que estar contenta, ya me gustaría a mí tener una familia como esa.
Guillermina enjugó sus lágrimas y esbozó la mueca de una sonrisa. Hacía tanto tiempo que no reía…
— ¿A ti te gustan? ¿Te parecen bonitos? —Le preguntó con voz velada.
Diego movió la cabeza arriba y abajo asintiendo con entusiasmo.
—¿Que si me gustan? ¡Me gustan mucho! ¡Un montón! Todos los días vengo a mirarlos cuando terminan las clases.
—Y ¿por qué haces eso? —Inquirió la anciana con curiosidad.
Diego no dudó ni un segundo la respuesta.
—Porque me gusta tu bosque y tu casa y porque además yo querría ser uno de los niños que va de tu mano, para después de cenar juntos sentarme a tu lado y que me contaras cuentos antes de irme a dormir.
Guillermina no daba crédito a lo que oía, cómo podía aquel niño saber lo que había sido su vida.
—¿Cómo te llamas? —Le preguntó.
— Yo me llamo Diego.
—¿Y dónde vives?
—Ahí enfrente.
Guillermina miró el sombrío edificio reflejado en el cristal de su escaparate.
—¿Desde cuándo estás allí?
—No sé… desde que yo recuerdo siempre he vivido ahí.
—Y…. ¿A ti… te gustaría… vivir conmigo?
Casi antes de terminar de decir estas palabras que habían brotado inexplicablemente en un impulso espontáneo, Guillermina se estaba arrepintiendo de haberlas dicho. ¡Qué locura se le estaba ocurriendo! Al mismo tiempo el rescoldo de la esperanza empezaba a crepitar con chispitas de calor en su corazón.
—¿Qué si me gustaría vivir contigo? ¡Pues claro que sí! —Dijo Diego pegando un respingo.
—Tú eres la abuelita del bosque y a mí me gustaría mucho, mucho, vivir contigo.
Guillermina se quedó pensativa rozándose la cara y escrutándole fijamente le dijo.
—Entonces si tú quieres, yo lo voy a solucionar para que lo antes posible puedas vivir conmigo.
Diego sonrió con toda la cara y con los ojos y con el cuerpo, todo él era una gran sonrisa y sin dejar de mirarla se cogió de la mano de Guillermina.
Esa misma tarde habló con Don Julián, el director de la Casona, no era ella mujer de dejar las cosas para mañana, el director después de escuchar atentamente a la anciana decidió que a pesar de lo que decían los vecinos sobre la locura de la vieja que tejía lanas, la única enfermedad que tenía aquella pobre mujer era soledad y angustia y la mejor cura sería volver a vivir con un objetivo, cuidar del nietecito que la vida había puesto como un regalo en su camino sin duda lo sería.
Nadie mejor que ella sabría hacerlo, ya lo había hecho durante muchos años cuando su fuerza cariño y entrega fueron el mayor soporte para su familia.
Sin vacilar lo más mínimo puso mano a la obra y arregló con mucho gusto los papeles para que Diego pudiera vivir a partir de ese mismo día con Guillermina.
Era la ventaja de residir en un pueblo pequeño, no tenía que pedir permiso a nadie para hacer los trámites que dejó listos sellados y rubricados esa misma tarde, consultó el calendario antes de poner la fecha, veintitrés de Diciembre, un buen día se dijo a sí mismo para comenzar una nueva vida.
Con un gesto formal le dio la pequeña carpeta de cartón rojo diciéndole con voz ceremoniosa mientras le guiñaba un ojo para enmascarar la emoción que pugnaba por aparecer.
—Aquí tiene usted Guillermina los papeles que la acreditan como tutora legal del niño, ningún inconveniente hay pues para que Diego recoja sus cosas y se traslade cuando usted quiera a vivir a su casa.
Esas Navidades fueron las mejores para ambos desde hacía mucho, mucho tiempo.
Guillermina volvió a habilitar la casa del bosque donde se mudó con Diego y el día de Reyes entre los dos repartieron como todos los años a los niños del orfanato las prendas de lana blanca y esponjosa donde se podía ver un nuevo bordado, la abuela de la lana en su mecedora al lado del fuego narrando historias al niño del flequillo rebelde que sentado a su lado la miraba sonriente.
Desde entonces todas las tardes al terminar el cole, los chiquillos corren a escuchar las aventuras que les cuenta Guillermina con Diego sentado en su regazo y aunque la siguen llamando la bruja de la lana ninguno le tiene miedo y todos los años esperan ansiosos la Navidad para tener los más bellos y confortables cuentos ilustrados con lana que además de abrigar sus cuerpecitos llenan de alegría sus corazones.